En esta entrada hablaremos sobre la alimentación consciente y la importancia de conseguir una relación saludable con la comida. Empecemos por el principio: tenemos dos hormonas, la ghrelina, que regula la sensación de hambre, y la leptina, que genera la señal de saciedad en el cerebro. Estas dos hormonas desempeñan un papel fundamental a la hora de mantener una dieta equilibrada, ya que influyen en nuestra manera de comer. Es importante que tanto la sensación de hambre como el límite de saciedad estén bien equilibrados y respondan a nuestras necesidades en términos de salud.
Tipos de hambre
Para empezar, si queremos practicar la alimentación consciente, debemos diferenciar los dos tipos de hambre que existen: el hambre emocional, es aquella que aparece de forma repentina y por la que nos apetece un alimento en concreto (muchas veces, de hecho, es algo rico en calorías y azúcares). Es un hambre “urgente”, no podemos esperar. No sólo es una sensación de hambre, sino que es un deseo mental que te desconecta de tus señales auténticas de hambre y de saciedad. Eso significa que sigues comiendo aunque estés saciado y, además, comes muy rápido sin ser consciente de la cantidad que estás ingiriendo. Además, conlleva el problema añadido de muchas veces suele desencadenar emociones de culpa o insatisfacción.
Por otro lado, el hambre fisiológica o física es aquella que aparece gradualmente y ocasionada por unas necesidades fisiológicas. Por lo tanto, cuando estás saciado, paras. Es decir, comes conscientemente sin sentirte culpable ni insatisfecho cuando terminas.
El primer paso clave para conseguir una relación saludable con la comida es tomar conciencia de cómo comemos y por qué. Reflexiona sobre si estás estresado/a, cansado/a, triste, etc. y, si para solucionarlo, recurres a la comida. Piensa si te apetece un alimento en concreto, si picoteas o comes cuando estás aburrido… Son situaciones en las que debemos pararnos a pensar un momento y reflexionar sobre si realmente es hambre lo que tenemos o comemos para solucionar otros problemas; por ejemplo, como “recompensa” para combatir nuestros malestares.
La comida nunca tiene que ser un problema y no nos tenemos que sentir culpables por comer según qué tipo de alimentos. Al final, lo importante es mantener un equilibrio, tomar conciencia de cómo nos sentimos, respirar y dedicarnos tiempo a nosotros mismos.
Nutricionista
Alejandra Pou Escarrer